El bárbaro sagaz de espacio andaba,
y a toda prisa entraba el claro día;
El sol las largas sombras acortaba,
mas el nunca descrece en su porfía.
Era salido el sol cuando el inorme
peso de las espaldas despedía,
y un salto dio en lanzándole disforme
mostrando que aún más ánimo tenía:
el circulante pueblo en voz conforme
pronuncio la sentencia y decía:
“sobre tan firmes hombros descargamos
el peso y grave carga que tomamos”
el nuevo juego y pleito definido,
con las más ceremonias que supieron
por sumo capitán fue recibido.
Media lengua pequeña elige un puesto
de donde estaba el bárbaro alojado,
en lugar mejor y mas dispuesto,
y allí, por ver la noche, ha reparado;
estaba a cualquier trance y rumor presto,
de guarda y centinelas rodeado,
cuando, sin entender la cosa cierta,
gritaban: “¡Alarma!, ¡alarma!; ¡alerta!, ¡alerta!
Con ímpetu y violencia semejante
los indios a los nuestros arrancaron,
y sin pararles cosa por delante
en furiosa corriente los llevaron,
hasta que con veloz furor pujante
de la cerrada plaza los lanzaron
que el miedo de perder allí la vida
les hizo el paso llano a la salida.
“¿Por qué con tanta saña procuramos
ir nuestra sangre y fuerzas apocando,
y, envueltos en civiles armas, damos
fuerza y derecho al enemigo bando?
¿Por qué con tal furor despedazamos
esta unión invencible, condenando
nuestra causa aprobada y armas justas,
justificando en todo las injustas?
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