¿Qué es la eternidad?, ¿es acaso un simple destello?, ¿es quizá una melodía inconclusa que alimenta nuestras almas?; tal vez solo sea el olvido del ayer y el desconocimiento del propio futuro que nos mueve en el limbo del olvido.
Cuando era pequeño, mi padre solia contar la historia de un dulce niño que pregunta a su abuelo sobre el tiempo, la vida, la inmortalidad y por la propia eternidad, el vetusto anciano, con su cara arada por los años y ojos profundos, le apunta a un joven y bello pájaro escarlata posado en el árbol más verde del lugar, el niño, maravillado por el vivo color de éste, lo obseva detenidamente con ojos cristalinos e inocentes, llenos de una pureza y asombro únicos que le hacen perder el sentido del aquí y el ahora, embebido en la maravilla de tal asombrosa ave. Sólo veía su color, sólo escuchaba su trino. Absorto en tal escena, nada pasaba a su alrededor, no había viento, ni sol, ni árboles silvando, sólo el pájaro en aquella rama, su gorgojeo y su propio asombro. Repentinamente, el maravilloso cuadro se desvarata con el sonido del trueno, un trueno profundo e intenso que remesió cada parte de su cuerpo. Todo había cambiado. El anciano ya no estaba ahí, el camino era otro, los árboles eran distintos y el dulce aroma del aire había desaparecido. Intentó con la mirada encontrar aquel pájaro escarlata, pero ya no estaba, tan solo veía que desde lo profundo del camino se acercaba un hombre de mediana edad a medio trote en medio de la creciente lluvia. “Papá, te hemos estado buscando” le dijo el hombre al acercarse, “ven te llevaré a casa para secarte y darte sopa caliente” agregó. Todo le era distinto, no entendía nada. Caminó junto al hombre a paso lento, a la vez que se tocaba la cara y miaba las manos con una mirada extraviada; de cuando en cuando miraba al hombre y preguntaba con tierna extrañeza: “¿quién eres tú?”, a lo que el hombre con gesto triste y resignado respondia meciendo la cabeza: “tu hijo papá…” Esa, decia mi padre, es la eternidad.